Hasta el año pasado estábamos inmersos en la vida líquida. Una vida devoradora, vertiginosa, efímera, en la que corríamos como locos para mantenernos en el mismo lugar.
Tras un año distópico, algunos parámetros de la vida líquida permanecen, como la aceptación de la desorientación, la ausencia de itinerario y lo indeterminado de la duración del viaje.
Pero algo ha cambiado, al menos para mí: ¡se redujo la velocidad!
2020 nos obligó a vivir lentamente, a bajar un par de escalones en la pirámide de Maslow, y a hacer una pausa forzosa y redefinir nuestros sueños.
Fue un año para regresar a la cueva del zorro, para repensar qué hacer con nuestra décima de segundo, y para soñar un nuevo liderazgo. Un año de lecturas lentas, películas lentas y paisajes lentos. El año en que leí La montaña mágica como nunca la había leído, y disfruté del otoño y de los árboles de Madrid como nunca los había disfrutado.
Ha sido el primer año de mi vida (que sabes que gestiono con un pentágono) en el que defino proyectos a varios años, en el que recuperé mi obsesión por la interdependencia y arrancamos un sueño loco sobre el Futuro ser humano.
¿Qué he aprendido de vivir con lentitud en 2020?
Algo muy sencillo, que se resume en la frase de otro pensador lento, Henry David Thoureu:
El precio de cualquier cosa es la cantidad de vida que intercambias por ello.
Thoreau
¿Y tú? ¿Te animas a abrazar la lentitud?
Te dejo la charla TED de Kathryn Bouskill sobre por qué deberíamos controlar la velocidad de nuestra vida. Espero que te guste.